Sobre las frías aguas del lago Titicaca, a casi cuatro mil metros de altitud sobre el nivel del mar y a unos seis kilómetros de la ciudad de Puno, se encuentra un sorprendente archipiélago compuesto por más de cuarenta islas artificiales habitadas por los uros, los descendientes de una de las culturas más antiguas de Sudamérica. Este pueblo afincado sobre las aguas elabora a partir de la planta de totora increíbles construcciones que se asientan sobre el lecho lacustre, pues según narran sus leyendas, huyeron del asedio inca refugiándose en las aguas, iniciando de este modo la tradición de las islas flotantes de los uros en Perú.
Los uros han morado desde hace siglos sobre estas islas
artificiales, construidas empalmando bloques de raíces de totora que se
desprenden del lecho del lago Titicaca bajo la acción de la corriente. Con el
tiempo, estas raíces entran en descomposición, liberando gases que permanecen
atrapados entre los juncos, ayudando a mantener la flotación. Para impedir que
el viento o la corriente desplacen los islotes, éstos son anclados por medio de
troncos y estacas que atraviesan la estructura y se hunden en el fondo del
lago. Sobre estos bloques de raíces disponen sucesivas capas de totora seca,
integrando el suelo de sus hogares.
Las lluvias y la humedad ocasionan la degradación de esta
base, por lo que cada pocos meses deben renovar las capas de juncos que
conforman la superficie de las islas. Además, el peso de las viviendas y sus
habitantes comprimen el ramaje, cuyo fondo en continua descomposición se va
degradando hasta convertirse en abono orgánico, que con el paso de los años y
la adición continua de nuevas capas llega a tocar el fondo mismo del lago,
dejando de flotar sobre él. Un arduo trabajo de restauración que posiblemente
se ve recompensado al despertar cada mañana ante la vista de las azules aguas
del Titicaca.
La totora constituye un recurso indispensable para la vida
de esta etnia, pues con esta planta acuática, común en los lagos y pantanos de
América del Sur, también elaboran los techos, las paredes y las puertas de sus
viviendas que se asientan sobre estas islas flotantes, así como las balsas
conocidas como caballitos de totora, con las que navegan y pescan en las aguas
del lago. Estas balsas apenas han variado en su diseño desde hace tres mil
años, ideadas para transportar a un único navegante con sus aparejos durante
las faenas de pesca. Se caracterizan por su proa curvada hacia arriba, siendo
la popa más amplia y contando con un ancho de apenas un metro y una longitud
cercana a los cinco, con un peso de unos cincuenta kilogramos, pudiendo
soportar hasta doscientos de carga útil. Además de la construcción de sus
balsas y hogares, la totora también se emplea como combustible para sus cocinas
tras secar los tallos, además de como alimento, pues tras quitar la corteza
obtienen una sustancia blanca y fibrosa, prácticamente insabora, pero
igualmente empleada como complemento para sus dietas.
Las diversas islas varían en tamaño según las necesidades de los uros, pudiendo las de mayor superficie albergar hasta doce familias. En total, sobre estas chozas erigidas sobre las aguas del Titicaca viven aproximadamente unas dos mil personas entre hombres, mujeres y niños, presentando sus características formas cuadradas o triangulares con techo a dos aguas, contando con un único habitáculo en su interior, cocinando en el exterior para disminuir los riesgos de un posible incendio. La isla conforma el núcleo básico de esta comunidad dedicada principalmente a la pesca, la confección de redes y la artesanía, por lo que todos los miembros participan activamente en su construcción. Cuando el espacio disponible comienza a reducirse o bien cuando se unen nuevas parejas para formar una familia, se erige una nueva isla para albergarlos.
Las diversas islas varían en tamaño según las necesidades de los uros, pudiendo las de mayor superficie albergar hasta doce familias. En total, sobre estas chozas erigidas sobre las aguas del Titicaca viven aproximadamente unas dos mil personas entre hombres, mujeres y niños, presentando sus características formas cuadradas o triangulares con techo a dos aguas, contando con un único habitáculo en su interior, cocinando en el exterior para disminuir los riesgos de un posible incendio. La isla conforma el núcleo básico de esta comunidad dedicada principalmente a la pesca, la confección de redes y la artesanía, por lo que todos los miembros participan activamente en su construcción. Cuando el espacio disponible comienza a reducirse o bien cuando se unen nuevas parejas para formar una familia, se erige una nueva isla para albergarlos.
Los uros se denominan a sí mismos “kjotsuñi”, que puede
traducirse como “el pueblo del lago”, pues al parecer, el vocablo
"uros" correspondía al nombre peyorativo que les dieron los vecinos
pueblos aymaras. Sus orígenes no están esclarecidos, considerados por algunos
como la raza primigenia de América. Su árbol genealógico es diferente de los
aymaras y de los quechuas, remontándose a épocas anteriores a los incas.
Con la llegada de los conquistadores europeos, el
aislamiento de este pueblo se hizo más patente, ocultándose en los totorales
para evitar ser sometidos, o adentrándose en las aguas del lago para escapar de
los colonizadores españoles, que masacraban a aquellos que se resistían y
trasladaban al resto como esclavos a las minas de Potosí. De esta forma puede
entenderse la construcción de las islas artificiales como un medio de este
pueblo para sobrevivir, obligando a los uros a acelerar las técnicas
constructivas que la totora les había proporcionado durante siglos.
Las islas flotantes del lago Titicaca conforman un
referente mundial de arquitectura sostenible. Unas islas que cumplen sus ciclos
naturales de existencia y terminan por degradarse y convertirse en abono
orgánico cuando carecen del mantenimiento necesario. El hermoso legado de un
pueblo precolombino que ha habitado esta "ciudad sobre las aguas"
desde tiempos remotos e inmemoriales. Un pueblo desterrado, obligado a un
aislamiento secular por la presión de los colonizadores, y que a día de hoy,
continua su lucha por la supervivencia, confinados en una pobreza estructural y
endémica caracterizada por la fragilidad de su ecosistema y la falta de medidas
para mejorar sus condiciones de vida y sus medios de subsistencia.
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